Un día...



Desde la distancia llega un intenso olor a Mar. Las calles estrechas e iluminadas por la clara luz del amanecer, zigzagueando en un orden sin sentido, recuerdan los tiempos pasados; la historia habla tras los muros de aquellas casas...


Silencio..., una moto..., una mujer llama a su marido que, sentado al fondo de la taberna, observa a los transehuntes ahogando sus pensamientos en vasitos de rakí: uno, dos, tres... diez ¿qué más da? Los tiempos en que la Mar lo esperaba han quedado lejanos. Ahora, cuando llega el día tan solo siente nostalgia. El komboloi da vueltas y vueltas, vueltas y vueltas...


Olores: salado de Mar, brava Mar, quieta Mar, azul Mar, verde Mar.


Flores de mil colores cuyas hojas derraman las últimas gotas de rocío. Flores pequeñas, grandes, alfombras de`pétalos cubriendo las calles de la ciudad, de la ciudad puertas adentro.


El barco llama; es la hora de poner rumbo al continente: 3 avisos, despedidas. Algunos hasta pronto, otros hasta siempre, pero el barco se aleja hasta que el pequeño pueblo es tan solo un punto en el horizonte. Volverá...


Las tiendas comienzan a abrir sus puertas. Los comerciantes vecinos se saludan, sacan sus mercancías a las estrechas calles y comienza una nueva jornada con la esperanza, como siempre, de que hoy sea mejor que ayer.


Y así todo va cobrando vida: coches, motos, gentes. La luz del día es ahora intensa. En el mercado todos ofrecen sus verduras: son frescas, cultivadas en sus propias tierras.


Una pequeña cabra llora en medio del caos, mas nadie la escucha. Conejos, pollos, cabras, gallinas: todo tiene su precio.


El cielo despejado de noviembre invita al descanso frente a la Mar. Alguna fruta fresca basta para seguir adelante. Suave mecerse de las olas, dulces palabras venidas de otros lugares. Tiempo de recuerdo, de reflexión.


El día avanza lentamente llenanado cada minuto de experiencias. Faros del presente y del pasado.


Regreso a casa; algunos comerciantes ya recogen sus tiendas. Los horarios, flexibles. Saludos a los ya familiares transehuntes, a esos amigos que continúan sentados en la taberna viendo como el día levanta su vuelo dejando paso al despertar de la noche.
Llaman a la puerta. Una mano amiga me ofrece caminar bajo la luz de la Luna. La estrecho dulcemente.
Caminamos en silencio, dejándonos llevar por el momento, que es nuestro guía. Él nos conduce hacia el muelle, nos acerca de nuevo a la Mar pero esta vez nos invita a adentrarnos en ella pues quiere mostrarnos el brillo reflejado de la Luna sobre la alfombra del agua serena.
Si, lo aceptamos y abrazados saltamos a un barco pirata, vacío, que habla rítmicamente con su amiga, eterna amiga MAr.
Todo es paz, juegos, estrellas, color.
La noche ya está despirta y el paseo continúa bajo la húmeda atmósfera: flores nocturnas, bellas flores nocturnas adornan mi cuerpo: mi pelo, mis manos, mi pecho.
Compartimos miradas, sonrisas, tangos bailados a la luz de una farola (ausencia en las calles). Nadie nos mira. Gatos.
Mas llega el momento de regresar. ¿Despedida? no, compartamos unos minutos, unos momentos más.
Dos camas en un mismo espacio, una vela y una voz que, mientras duermo, me va narrando en una lengua que aún no comprendo las bellas aventuras de un príncipe viajero.
Hasta mañana.
Creta, 2 de noviembre 2001

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